RECONOCIDO MÉDICO

Daniel Alberto Urosevich: “El tango es una pasión y un remedio a la vida”

Estudió en Rosario, realizó la residencia en el Hospital Churruca de Buenos Aires y, con mucho esfuerzo, se desarrolló en Junín. Logró consolidarse profesionalmente y llegó a ser dos veces Director Adjunto del HIGA. Sin embargo, con el correr de los años, encontró en la radio y en la música una destacada vitalidad que lo nutren en la actualidad.

Una vida de constante superación a base de perseverancia y persistente trabajo. Así fue el desarrollo de Daniel Urosevich que, hace casi cinco décadas, llegó a nuestra ciudad para tener su infancia y, con el paso del tiempo, hacerse un lugar en el mundo médico local. De tal forma, trabajó en distintos espacios de salud juninenses y acumuló 33 años en el Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA), habiéndose jubilado hace tan solo dos años. 

Además de constituir su familia, la cual guarda el lugar afectivo más especial para él a nivel personal, también descubrió una pasión inmensurable por el tango: esta disciplina llegó a constituirse como su gran fuente de vitalidad.

En diálogo con Democracia, Urosevich recordó a sus padres, la infancia en Junín, cómo fue su desarrollo profesional, su vínculo con la radio y, finalmente, su relación con la música.

Infancia 

Al abordar el baúl de los recuerdos de la infancia vivida inició: “Mi papá era jefe de telefónica en Suipacha, cargo muy respetado, y no era un lugar muy seguro para nacer. Cuando llegó el momento, agarraron el auto y mi madre fue a parir a Mercedes”. 

“Mi mamá era ama de casa, hija de un agricultor de Villa Cañas. Se conocieron en un baile de tango. Mi papá fue muy peronista: vivía en Arribeños y era hijo de inmigrantes que, socialmente, eran tomados para la chacota. Le costó conseguir laburo y empezó a laburar en el campo juntando maíz, prácticamente, por la comida”, recordó. 

“De buenas a primeras, apareció un empleo en la telefónica que, junto a los ferrocarriles, tenía un auge importante. Mi padre pasó a ser operador de la estación de teléfonos que había en Arribeños. Cambió la maleta de juntar maíz por un traje para ir a trabajar todas las tardes. Eso le dio dignidad y crecimiento social”, contó. 

“Después, le salió a mi padre la posibilidad de traslado a Junín que, al ser una ciudad más grande, vino con un cargo menor: supervisor mayor. Le significaba un progreso económico grande y decidió venirse porque, además, iba a ser más carrera”, continuó. 

Y, sobre los inicios juninenses, recordó: “Nos vinimos en el 64: pasamos por una pequeña vivienda en Villa, en calle Libanesa. Fui a la Escuela N° 1 e hice primer grado superior en la Escuela N° 16 y después nos vinimos para el barrio Nueve de Julio”.

“Rápidamente agarré la calle porque vivíamos en un departamento muy chico. El único salario que entraba en casa era el de mi papá y no había mucho dinero para hacer compras. Pese a todo, tuve una infancia bastante feliz”, describió.

Medicina

Respecto a la elección de la carrera señaló: “Me salió de adentro. Fue bien vocacional. Mi destino era ser empleado telefónico porque mi papá me iba a meter seguro”. 

“En ese momento había comedor universitario en Rosario y conseguimos una pensión barata en las orillas de la ciudad”, contextualizó y siguió: “La Facultad la pasé enteramente con la dictadura: entré en el 76 y terminé en el 82. Fue difícil: escuchabas ametralladoras a cada rato, bombas, pasaban carros de asalto”.

Tras haber dado el paso de elegir medicina, y haber consumado la carrera, llegó el momento de continuar con la especialización: cardiología.

“Siempre la entendí muy bien. Me gustaba mucho cómo se escuchaban los ruidos cardíacos, los latidos, lo que contaba el paciente. Tuve un mentor que fue Eduardo San Martín: uno de los cardiólogos más famosos de ese momento en Rosario”, contó. 

En tal sentido, continuó: “Le pregunté si podía hacer más prácticas y en ese momento se habían incorporado las unidades sanitarias. Empecé ir al Delta y después fui al Plaza haciendo un aprendizaje paralelo de la carrera: intubar, canalizar pacientes”. 

Tras ello, con el objetivo de realizar la residencia, Urosevich continuó su vida en Buenos Aires. Al respecto, comentó: “Quedé en el Churruca. Me la pasaba estudiando y atendiendo pacientes. Ya estaba casado”.

“Después de la residencia volvimos a Junín. No conseguí una inserción acorde a mis expectativas porque el mercado ya tenía sus cardiólogos de época y yo era un ignoto, así que empecé a dar vueltas por diferentes laburos porque tenía una nena y teníamos que alquilar”, comentó. 

Y resaltó: “El primer laburo que me surgió fue la ambulancia Urgenmed. El que me introdujo en la medicina de Junín fue Luis Fara y me dio trabajo en la empresa domiciliaria”.

Luego de haber dado ese primer paso de inserción laboral, Urosevich se mantuvo trabajando en el Sanatorio y tuvo su ingreso en el Hospital de Junín a través del Turco Abraham (gastroenterólogo) por intermedio de la realización de una guardia para los días viernes en la sala de emergencias.

“Después tuve la oportunidad de crecer mucho en el Hospital donde aposté el 70% de mi energía. Allí lo conozco a Miguel Carabajal: una persona muy interesante y con quien teníamos la práctica de ser médicos con residencia”, indicó.

“Tito Mussi crea la sala de cuidados especiales y entré como médico de guardia de terapia y eso fue importante para mí. En un par de años, Miguel (Carabajal) pasa a jefe de clínica médica y yo voy a terapia. Con el tiempo, el hospital se transformó en interzonal y la sala en servicio de cuidados intensivos”, reseñó. 

De tal forma, Urosevich valoró mucho aquel momento al señalar que “fui integrante de un movimiento que hizo que la cardiología empezara a funcionar mejor: con más gente, dando más turnos y respuesta a las personas”. 

“Trabajé en todas las clínicas de Junín. La experiencia más constructiva fue la de La Pequeña Familia con el grupo que hacía cardiología de alta complejidad, donde fui jefe de sala y vi pacientes de mayor complejidad cardiovascular, que era lo que quería hacer apenas vine y no encontré”, consideró.

Tango

Por otra parte, algo que también hace a la identidad de Urosevich tiene que ver con su lado tanguero que hoy es el que lo dota de mayor vitalidad para su día a día. 

“Apareció en mi niñez con un tío muy bohemio en Arribeños que le gustaba Julio Sosa y eso quedó ahí en mi inconsciente. Los avatares de la vida me llevan a estar solo, apenado y triste y le encontré sentido a muchas cosas que dice el tango”, compartió.

El gusto por el rubro lo llevó a ir por más. Al respecto, contó: “Me pregunté cómo lo podía agarrar: cantar no y tampoco sabía tocar un instrumento. Capaz bailarlo y busqué una profesora y abrí una puerta que no tenía retorno. Soy muy perfeccionista y encontré una profe que cumplía con todas esas expectativas: Sabrina Blassi”.

“Luego nos agarró la pandemia y no pudimos bailar más. Tomé cursos de tango con el Instituto Argentino de Tango, hice mi currícula en el tango y eso me abrió la puerta a poder hacer radio”, expresó. 

“Demanda preparación, planificación, estudio, investigación, una escucha bastante importante. No abordaba solo la música, sino otras cosas que tenían que ver con el baile y la historia”, detalló.

Paso a paso, Urosevich llegó a encabezar y participar en distintos programas y cortos radiales reconocidos a nivel local y regional dado la calidad de los mismos. “Che, bailarín”;

“Pido permiso señores”; “Los cosos de al lao”; “Contame una historia”; son algunas de las producciones en las que formó parte a lo largo de su experiencia frente al micrófono. Sin embargo, en un momento, dijo “basta”.

“Me falló el ánimo de alguna forma: estaba solo y terminamos un año con dos programas y un micro. Fui diciendo que cortábamos a fin de año y no volví. Luego, apareció esto de juntar auspiciantes, cosa que no hice nunca ni pienso hacer, yo les decía que no quería ganar con esto ni perder dinero”, manifestó. 

Podrá no estar haciendo aire en alguna radio, pero, sin dudas, la disciplina del tango sigue representando su pasión como él mismo reconoce: “Me apasiona el tango en todas sus formas. Bailar como uno solo al compás de la música no se puede comparar con nada”.

“Para mí, es como si fuese música culta, clásica. Me parece que tiene una armonía que no escuché en otra música. Disfruto mucho de eso, tanto de las bandas de antes como las nuevas”, afirmó. 

Y aseguró: “Desde 2010 decidí ir por ese lado y me ha ayudado mucho en mi vida que casi que lo tengo como remedio. Todavía sigo tomando clases: hay tres días de la semana que bailo. El ambiente de la milonga no es tan lindo, hay mucho ego, pero el hecho de acercarse es una fuente de vitalidad y conectarse con la vida”.

Cierre 

Para finalizar, a nivel general, Urosevich abordó su trayectoria personal y reflexionó: “Siento que el hombre quedó un poco postergado, tal vez por inmadurez, por el profesional, que me parece que estaba más maduro que el hombre”. 

“Mi profesión me completaba mucho y, cuando me quedé sin el ejercicio profesional, recluido por la pandemia, empecé a pedalear en el aire”, añadió. 

Y concluyó: “Tuve muchos avatares en la vida: constituí mi familia y pasé 33 años en el HIGA, me jubilé en plena pandemia. Me enfermo de enfermedad coronaria y el 11 de julio de 2023 me tuve que operar en la Clínica Centro con el equipo de (Ricardo) García Toro”.

COMENTARIOS