Hugo Marcaccio habló con Democracia.
Hugo Marcaccio habló con Democracia.
RECONOCIDO MÉDICO CLÍNICO

Oreste Hugo Marcaccio: “Mi vocación profunda es ayudar a la gente”

Tras formarse académicamente en Córdoba, y casarse por una promesa, volvió a nuestra ciudad para convertirse en una palabra autorizada en el mundo médico. Trabajó en Sanatorio Junín y el HIGA, donde estuvo por más de 40 años. En diálogo con Democracia, recordó su infancia, su vida universitaria y resaltó el lugar ocupado por la familia.

Sin lugar a dudas, la medicina, como profesión, es una de las más sacrificadas que existen. Desde que uno es estudiante, pasando por la formación hasta la consolidación del o la profesional, la persona tiene que pasar por innumerables experiencias (y bibliografías) para alcanzar un estado legítimo y válido. 

A diferencia del resto de profesiones, el costo es diferente, ya que, se trata de la vida de las personas. Si bien todas las ramas de la medicina están enfocadas en brindar atención y realizar una mejora, la medicina clínica es una de las cuestiones troncales en este ámbito.

El caso de Oreste Hugo Marcaccio es distintivo, ya que, logró trascender en el mundo médico local hasta constituirse en una palabra autorizada del mismo y, además, marcar el camino para que sus hijos eligiesen y continuasen trabajando en el mundo médico por elección. 

En diálogo con Democracia, Marcaccio, recordó su infancia; su vida universitaria en Córdoba; la promesa del casamiento, la cual cumplió; cómo fueron los comienzos en la profesión, ya radicado nuevamente en Junín; y resaltó el lugar ocupado por la familia.

Infancia

Al rememorar su trayectoria e infancia, lanzó: “Es una historia cruenta”, y empezó: “Mi papá cuando empezaba el primario, no tuvo más que la feliz idea de irse a capital federal por problemas familiares. Nos fuimos a San Martín que tenía un hermano en una fábrica textil. No había campito ahí, era todo asfalto”.

Sin embargo, la agonía no fue tan larga, ya que, poco después volvió a nuestra ciudad. “Después de cuatro años volvimos. Sufrí mucho porque pasé por distintos colegios”, opinó.  “En Junín viví en Primera Junta, al lado del campito donde vienen los circos, entre Alvear y Suiza. Fui a la Escuela N° 41, que queda rumbo a Rojas, y era un espacio complejo para alguien como yo que venía de Buenos Aires. Ahí aprendí a ratearme, nos escapábamos y tomábamos agua de la canaleta. Iba peinado de gomina e impecable y me cargaban por eso y por no saber jugar al fútbol”, compartió. 

“Ahí aprendí a jugar al fútbol y, en paralelo, lo hice en Independiente donde salí campeón. Jugaba donde juegan los malos, en el puesto de lateral”, manifestó sobre su relación con el fútbol y recordó: “Cuando me iba de casa me iba impecable y cuando volvía, mi mamá, me miraba la punta de los zapatos y debajo del cuello de la camisa a ver si había jugado al fútbol”.

Asimismo, presenta una interesante historia con el deporte en general. “También jugué al básquet y salí campeón con Los Indios”, y destacó: “Soy el primer campeón de la Asociación Tenística del Oeste de Buenos Aires (ATOBA)”, resumió.

Volviendo a su desarrollo social en Junín, Marcaccio dijo: “Aprendí todo por olfato, no era muy dado. Fui al Colegio Normal, donde terminé el primario, y el secundario lo hice en el Comercial. Me recibí de perito mercantil y mi viejo me preguntó qué quería ser y yo le dije que quería ser profesor”.

Medicina

Del amplio abanico posible, Marcaccio se inclinó por el mundo de las Ciencias Naturales. Sin embargo, no todo fue lineal y color de rosas, ya que implicó un arduo proceso para él.
Acerca de aquel momento, recordó: “Después de muchas vueltas, tras intentar hacer un profesorado en Lincoln, terminé trabajando con mi viejo. A los 26 años le dije que le dejaba el comercio y me iba a estudiar”. 

“Después de ondas vacilaciones y conflictos internos decidí que iba a ser médico. Agarré el monito y me fui con lo puesto”, continuó y, en primera instancia, fundamentó la elección de la ciudad que hizo.

“Había eliminado Buenos Aires y La Plata porque eran los dos lugares que tenían examen de ingreso. Me quedaban Córdoba y Rosario, las dos únicas facultades de medicina que no tenían ingreso. Opté por Córdoba que era un año menos y la promesa era que, si aprobaba todas las materias del primer año, volvía y me casaba”, justificó. Y rememoró: “Me fui a vivir a Alta Córdoba, a siete cuadras de la cancha de Instituto, en su época de gloria. Me hice hincha y aprendí a hablar cordobés”. 

También abordó el motivo de la elección de la carrera y expresó: “Elegí medicina porque puedo ayudar a la gente, esa es mi vocación profunda. La docencia también lo es y lo pude hacer de forma plena en HIGA donde trabajé 40 años. Tuvimos alumnos de pregrado de Buenos Aires, La Plata y Rosario, siempre en mi especialidad, clínica médica. Yo soy internista”. 

En tal sentido, explicó de qué se trata exactamente la medicina clínica y desmenuzó que “se caracteriza por tener pasión por el diagnóstico. Tenés una neumonía que la podés sobrellevar en tu casa o la que demanda que te internes para atender en todo momento. No es terapia, pero sí demanda internación”.

“Si querés salvar tu vida buscás un médico clínico. Y uno, con lo que estudió y escuchando lo que le dicen, ya tenés el diagnóstico. Hay que escuchar lo que nos dice el paciente”, profundizó.

Sobre el rol que cumple la docencia, brindó su mirada, y comentó: “Me apasiona que me cuestionen los jóvenes que van a estudiar medicina. Si llevo a que se cuestione algo, ya gané porque lo hago pensar”.

Trayectoria 

A base de esfuerzo y dedicación, Hugo Marcaccio se ganó un lugar de respeto y notoriedad en el mundo de la medicina local. Sin embargo, para poder hacerlo, tuvo un largo andar que se nutrió de diversas experiencias.

“Mi primer empleo fue municipal y cuando estuve en la asistencia médica. No había servicio de emergencia y había un solo lugar donde toda la gente se podía ir a atender gratis, ya que, había pocas obras sociales en 1978. Estaba las 24 horas de guardia para que llamaran por teléfono y me digan en cual dirección había alguien enfermo”, recordó sobre sus inicios. Y continuó: “Nos turnábamos. Hacíamos 24 horas de laburo, una vez por semana. Se hacían 25 domicilios por día. Te subías a la ambulancia y nos metíamos en todos los barrios. Ese fue mi primer sueldo”.

“Luego pedí la concurrencia al hospital que se llamaba Hospital Regional, y luego pasó a ser interzonal y recibe su denominación de Hospital Interzonal de Agudos ´Abraham Piñeyro´. La Provincia te tomaba de acuerdo a la antigüedad que tenías”, contextualizó. 

Otra institución de notable prestigio a nivel local y regional es el Sanatorio Junín, donde, Marcaccio, también trabajó. “Primero entré en guardia general y después hacía guardia los sábados y domingo en terapia intensiva”, describió. 

Sobre su bagaje profesional, consideró: “Soy reconocido, no por la gente común, sino, por la gente que te vio trabajar, la del mismo ámbito”. No lo marcaron solo instituciones, sino también personas. En tal sentido, enfatizó: “Uno de mis grandes maestros Miguel Ángel Carabajal que me enseñó el oficio. Venía con una formación de excelencia en el instituto de Buenos Aires. Él era ferroviario, muy modesto, y se ganó el estudio con una beca que tenía que tener un promedio entre 9 y 10 para renovarla. Nos encontramos con la misma pasión en la docencia y en la clínica”. 

También hizo una gran distinción a su otro gran “maestro”: José Mario Patiño. “Ha habido muchos intentos de hacer una clínica frente al ferrocarril, frente al Hotel Central, en Sáenz Peña y Newbery, y nunca pudieron. Cuando llegó él, fue el líder y logró hacer IMEC. Fue un boom en la medicina local porque se fueron los mejores médicos que tenía el Sanatorio”, indicó y remató: “Logró lo que nunca había logrado nadie”.

En parte por su pasión por la docencia y en parte por su labor, Marcaccio compartió una enseñanza personal: “El mejor invento de la medicina, el más revolucionario, es y seguirá siendo la silla porque te iguala: el médico deja de sentirse como un Dios que lo resuelve todo, y lo hace escuchar”.

Familia

Además de toda la experiencia capitalizada en el andar de la vida, como persona y profesional, uno de los galardones más importantes en su vida es la familia. “Cuando me casé, como regalo de casamiento, mis padres me prestaron el Falcon para irnos al sur, a Villa La Angostura, que había tres casas nomas en 1972”, recordó.

Tras el casamiento, Marcaccio continuó con los estudios hasta, finalmente, recibirse en 1978. Al respecto, señaló que “ya tenía dos hijos. Alquilábamos una casita modesta en Alta Córdoba. Mi hija es cordobesa y los dos varones son juninenses. A uno no lo pude ver nacer porque se rompió el colectivo en el que iba”. Dos hijos, de los tres, eligieron el camino de las Ciencias Naturales para desarrollarse. Su hija María Belén es la presidente de la Asociación de Dermatología de la provincia de Buenos Aires. “Después de las vacaciones retoma el consultorio y tiene completo hasta diciembre”, dijo con orgullo.

Otro de los que siguió con el mundo médico es su hijo Federico Hernán que es eco-endocopista. “Fue uno de los primeros en hacerlo en el país. Le gusta la docencia y viaja por el mundo. Es un distinguido”, enjuició.

Por último, el menor, que se llama Guillermo Hugo y lo definió: “Salió al padre, con una lucha interna bárbara. Es contador. Estuvo en Perú y, además de trabajar en Techint, y termino recalando acá y vive cerca de mi casa”.

Hijos crecidos, todos profesionales, y con un destacado desarrollado a nivel local, con sus respectivas familias. Mientras tanto, Hugo los sigue disfrutando y empezando a pasar más tiempo con sus nietos, cuando ya acumula 50 años de casado. “Ni feliz ni infeliz”, bromeó.

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